El sincero afán de descubrir la verdad contenida en las palabras del Evangelio despierta en el hombre un profundo deseo de acercarse a la gracia de Dios y establecer una verdadera comunión con Él. Tal anhelo transforma la lectura ritual de los textos sagrados en una búsqueda interior, viva, que renueva el alma y purifica el corazón. Al prestar atención a las palabras del Evangelio, el hombre no solo adquiere conocimientos, sino que –gracias a su libertad sincera– obtiene la posibilidad de participar en el don de la gracia divina, lo cual se manifiesta en la transformación del espíritu, en un poder intensificado y en un fuego espiritual resultado de una fe genuina. Este impulso interior hacia la Verdad fue bendecido por el designio de Dios, como demuestra el ejemplo de Teófilo, cuya sed de conocer a Jesús y su afán por comprender lo supremo despertaron dos olas mundiales del evangelio apostólico, entre las cuales el “Evangelio de Lucas” ocupa un lugar destacado. Es justamente a través de este sincero deseo que el hombre se vuelve partícipe del Reino de Dios, permaneciendo en constante comunión con Él y llenándose de la luz de Su presencia.