En el mundo moderno, con frecuencia se encuentran personas para quienes la amistad se convierte únicamente en un accesorio conveniente para mantener una imagen favorable. Estas personas prefieren relaciones ligeras y superficiales, en las que las atenciones mutuas sustituyen la comprensión profunda y la apertura emocional. En su comunicación, no les interesa tanto el mundo interior no revelado del interlocutor, sino la posibilidad de agradarse mutuamente y obtener la ventaja deseada. La amistad se transforma en un conjunto de convencionalismos, en el que cada sonrisa y cortesía sirve solo para mantener la apariencia de un comportamiento social correcto. En lugar de un contacto genuino, las relaciones adquieren la forma de un juego en el que la autoestima y el deseo de reconocimiento dentro de los marcos sociales ocupan el primer lugar. Este enfoque permite ocultar la inestabilidad interior, pero al mismo tiempo crea un vacío desprovisto de sentimientos reales y emociones sinceras. La energía de la comunicación auténtica se pierde en la búsqueda de una apariencia externa favorable, y las personas corren el riesgo de perder la capacidad de expresarse verdaderamente y de crecer internamente.