En la historia de la humanidad surgen numerosos institutos, pero pocos poseen una misión espiritual tan profunda como la Iglesia, establecida por Jesucristo. Desde el primer paso en su camino terrenal, el Salvador mostró a la gente que la verdadera comprensión de Dios se revela a través de la fe personal y el profundo contacto con Su esencia. Él vino a este mundo no simplemente como un guía moral, sino como Aquel que ofrece a cada persona la posibilidad de acercarse al Padre Celestial.
La victoria pierde su valor intrínseco si no sigue la paz, ya que sin una transformación pacífica, todos los sacrificios de la guerra permanecen sin ser compensados y no alcanzan su máxima expresión. Los sacrificios realizados en el campo de batalla están destinados a construir una sociedad nueva, armónica y espiritualmente renacida. Si la victoria se acompaña únicamente de la continuación de conflictos o del regreso a los antiguos métodos de gobierno orientados materialísticamente, en realidad se convierte en una mera ilusión de éxito y adquiere un carácter peligroso, amenazando el desarrollo futuro del país.
La fuerza vital afirmativa del pueblo se manifiesta en su impulso interno hacia la superación personal, la entrega voluntaria y la dedicación al bien común. Es una fuerza que se refleja en cómo cada ciudadano, sin esperar recompensa personal, contribuye a una causa socialmente útil, ya sea en la gestión pública, en actividades económicas o científicas. Dicha dedicación y el afán por cumplir con su deber fortalecen el espíritu de unidad, haciendo que el pueblo sea fuerte, cohesionado y capaz de enfrentar los desafíos de la vida.
La verdadera victoria a la que se hace referencia no consiste en conquistas en el campo de batalla, sino que representa la victoria interior del espíritu sobre el mal, la cual transforma el mundo desde su interior. Esta victoria significa el rechazo a la fe en el poder bruto y la fuerza militar, sustituyéndolos por una profunda confianza en la fuerza de la verdad y la espiritualidad. En otras palabras, cuando una persona alcanza una victoria interior, adquiere la capacidad de establecer una paz genuina, ya que el renacer espiritual constituye el fundamento más sólido para la paz.