El cambio de prioridades a favor del confort a menudo conduce a que la persona se enfoque exclusivamente en el bienestar material y la comodidad, dejando de lado la posibilidad de vivir profundamente las experiencias emocionales. Cuando el confort se convierte en el objetivo dominante, los esfuerzos se dirigen a simplificar y acelerar la vida cotidiana, lo que a su vez reduce la sensibilidad hacia los matices del mundo emocional. Las emociones comienzan a manifestarse como reacciones breves y mecánicas, desprovistas de profundidad y constancia, y el espacio interior de la persona se empobrece, ya que falta el estímulo para la autorreflexión y la búsqueda de significados más profundos. Esto lleva a que la vida adquiera un carácter de experiencia emocional superficial, lo que en última instancia conlleva a un cansancio y una vacuidad emocional generalizados.