La riqueza de los momentos: por qué la verdadera eternidad vive en limitaciones


Puede que pienses que la búsqueda de la certeza absoluta y los intentos constantes de llegar a ser "lo suficientemente bueno" finalmente te traerán alivio, pero déjame contarte una historia que revela una verdad más ligera.

Veo escepticismo en ti, después de todo, ¿quién no sueña en secreto con una solución milagrosa a todos los problemas? Imagina una historia de Eryk Aeternus, un alma inquieta como tú o como yo. Eryk vivió sus días anhelando lo que no tenía: riqueza infinita, salud perfecta, tiempo eterno. Una noche, se encontró con una pastilla mística que prometía la vida eterna. Con manos temblorosas, se lo tragó, seguro de haber encontrado la respuesta. Pero a medida que el sol continuaba saliendo y poniéndose, después de haber sobrevivido a todos los demás hacía mucho tiempo, Eryk se dio cuenta de algo inquietante: la vida sin límites estaba perdiendo su sabor. De pie al borde del tiempo, se preguntó: "¿Es esto realmente vida, o es solo existencia?"

No quieres quedar atrapado en un estancamiento intempestivo, ¿verdad? La verdad es que las alegrías más preciosas se esconden en un día ordinario, no en el horizonte infinito. Porque cuando te despiertas, sientes los latidos de tu corazón y envuelves las palmas de tus manos alrededor de una taza de café caliente: estos son tesoros que el dinero no puede comprar. Incluso aquellos con almacenes llenos de oro lo darían todo por otro amanecer, otro "te amo" o por una risa compartida con un ser querido.

Imagínate mañana: la suavidad de las zapatillas a la luz de la mañana, el cálido caos de la familia o los amigos, la oportunidad de tropezar, reír, empezar de nuevo. Así es como se siente la verdadera riqueza: la vida al límite, no porque sea interminable, sino porque es magníficamente limitada. Miles no verán este día, pero ustedes sí. Tu "riqueza infinita" ya está aquí, simplemente porque tú lo estás.

Te preguntarás: "¿Y si nadie se da cuenta de mis esfuerzos? ¿Si no hay aplausos?" El mundo no siempre te honrará, pero esta no es una razón para dejar tu alma sin comida. Porque los verdaderos tesoros (tus brazos y piernas, un techo sobre tu cabeza, un trabajo favorito, amigos que no se van cuando las cosas se ponen difíciles) te pertenecen para que los aprecies, no para que alguien te recompense con ellos.

Y si todavía estás midiendo tu valor por números, títulos o fantasías de probabilidades eternas, piénsalo: todo es solo un envoltorio. La esencia de su riqueza reside en los fugaces segundos: en el rubor de la despedida, en el vaso levantado con mano temblorosa al atardecer o en la obstinada alegría de levantarse después de una caída. Los límites le dan brillo y significado a cada momento, porque sin una sombra de final, cualquier alegría se disolvería en una monotonía gris.

Imagina un futuro en el que enfrentes las limitaciones con gratitud, encuentres dulzura en las tostadas quemadas o en las rodillas golpeadas, y aprecies cada milagro mundano. Dejarías de tener miedo al final del capítulo y amarías cada página. No necesitarías "para siempre" para saber que eres lo suficientemente bueno, simplemente disfrutarías del día.

Si sueñas con dejar algo eterno, no busques píldoras mágicas: siembra alegría en la risa, bondad en el tacto, amor en los corazones que te recordarán. Levanta tu copa y susurra al atardecer: "Que esto nunca sea la eternidad". Porque lo eterno nunca brilla tanto como lo que podemos perder.

Despierta, porque todavía tienes una oportunidad. Estar aquí y ahora es la única eternidad verdadera que se te ha prometido.

Porque la verdadera riqueza no reside en los días interminables, sino en los límites brillantes y preciosos de cada uno de ellos.

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